martes, 29 de marzo de 2016

Palabras.

Las palabras caen a cuentagotas, inconstantes y deprimidas. Hay días en los que sé perfecto qué decir, cómo decirlo y el momento justo para que letra a letra te rebote en las orejas, como si me tuvieras, ahí, lengüeteándote la consciencia.
Pero también hay días en los que todo lo dicho debe irse despacito y brincando a paso alegre directo a la basura, hoy es uno de esos días. Esos días en que la elocuencia se queda colgada en el closet porque no está lloviendo. Días como estos, nunca hay para ti.
Podría arrancarte las palabras a mordidas, directo de tu garganta. Meter la mano en tu boca, apretarte la lengua escurridiza y exprimir sobre mis dedos y mi pecho la sopa de letras (bien acomodadas letras) que tienes dentro.
Podría husmearte en los bolsillos del pantalón, por si hubiera alguna frase perdida entre las pelusas. Olisquearte las camisas como advertencia por si trajeras encima las palabruchas de alguien más, si acaso te las sacudiría.
Podría tenderme en tu cama a la espera de algún sueño-letrero que se hubiera impregnado en la almohada.

Sí, podría plagiarte el cuerpo en mis cuadernos, calcarte los cabellos y citarte las sonrisas, podría hacer un pastiche de tu boca con la mía, referencias de tus enojos y parafrasear el entusiasmo. Pero hoy no, hoy no se me ocurre nada.

viernes, 25 de marzo de 2016

El silencio.

Dice Wikipedia que el silencio es la ausencia total del sonido. Para mí el silencio es eso y también es que no me visites. El silencio es cuando me miras bailar y sonríes. Caminar en el sol. Subir esas escaleras. Mirar iglesias en las azoteas. Esperarte. Justo ahorita, dice mamá que es cuando no te dicen nada. Tu mano en mi cintura. Las vueltas en las cumbias. Leer en voz alta. Citar a Rocangliolo. Mirar películas que no entendemos. Leernos. Que me digas mentiras. No me mientas, Marie Claire. Quedarme sin voz. Besarte los hombros. Decirte no. Decirme no. Que me hagan llorar y revolcarme. Dolor. Ansiedad. Desayuno, comida y cena. Los interrogatorios. Discutir con los padres. El silencio es también esa falta de honestidad. Que me digas eso que te está molestando. Rezar. Yo, sin lentes. Bajarle a la radio. Que me tapes la boca. Ahogarnos de calor. Pensar mientras me baño. Leer los encabezados del “Metro”. Preparar té. Los paréntesis (con todo adentro). Los rosarios. La incomodidad. Mis celos, que son muchos y son constantes y son enormes. Pensar. Soñar que pierdo mi trabajo. Quedarle mal a la gente. Las inmensidades marítimas. Los medicamentos. Las pérdidas. La resignación. Mirar cómo bailan los que pueden. Correr en el mismo sitio. Lavar mi ropa los domingos. Tus desplantes. Saber que no vendrás. Mis frustraciones. Mirarla dormir. Mordidas. Lunares. La Luna loca y naranja. Las letras. El dolor de muelas. Los homicidios. Los cuartos rosas. Las calles anchas. Las noches calientes. Una canción de Shakira. Burlarnos de la gente. La burla ajena. La envidia. No, los chistes no, los chistes nunca. El dolor de un padre. Las procesiones. Las ventanas. Las ventanas abiertas. Dormir en sillones. Lavarme los dientes. Los reclamos. Que no me visites. Eso ya lo dijiste. Los espacios en blanco. Las expectativas. La realidad no existe. Extenderse mucho.

El punto aquí, después de tanto, es que deberías llamarme, cabrón.

jueves, 24 de marzo de 2016

Ego.

Hoy miraba mi cuerpo desde lejos, me topé ni más ni menos que conmigo en la calle. Es como encontrarse con tu estrella favorita, como reunirse con alguien a quien no ve uno en mucho tiempo. Se detuvo frente a mí, ambas atónitas, casi soltando una risita ahogada. Me abrazó antes de que yo estuviera segura de acercarme mucho, y me miró con ojos grandes, irreconocibles. De no estar segura que era yo, jamás me habría dejado sorprender.
Le pedí que me acompañara, sin palabras, porque ella yo yo ella ella nosotras, pues, las dos sabíamos que era necesario buscar la quietud de un sitio que respondiera a nuestro nombre, tanto como lo hacía una a la otra.
Ya que tuve frente a mí al que era mi cuerpo, el suyo, me dispuse a mirar cómo funciono, le pedí que me hablara para escuchar su voz, me miré caminar de un lado a otro de la habitación, revisé cada dedo, cada lunar, cada marca que no alcanzaba a conocer mi tercera dimensión. Por poquito y nos ponemos a llorar, por poquito y nos aceptamos como una, y discutíamos sobre lo necesario que era preservar ese saquito de piel y huesos y esa voz inquietante y loca que creo que tenemos.
La dejé mirarme por arriba, por debajo, vestida, en cueros, estirada y agachada. Eso se había vuelto alguna especie de ritual pactado, morboso y dulce. Para los pocos que de verdad me conocen, sabrán que fue una danza torpe e inocente, revisando cada dedo, cada cabello, cada puntito rojo, cada espinilla, despacito, cada cicatriz, recordando y repasando mentalmente para grabarlo todo, preparándonos bien porque era sabido que no teníamos mucho tiempo, que ese desdoblamiento se habría de terminar apenas saliéramos de esa habitación.
Recorrí con ansia loca cada centímetro mío con la mirada, con un solo dedo, para saber qué tanto de lo que uno escucha es real, qué tan suave se ven las manos, que aunque las ocupo, las estrecho y me estrecho, la estrecho y nos volvemos estrechas, a pesar de todo eso, uno nunca termina de saber qué somos hasta que setieneunolatengometengo aquí parada, aquí de frente, tan sonriente y calmada como yo. Porque era yo.

Creo que no estaba preparada para dejarla ir, pero con todo y todo y todo y las dudas y todo y las ganas y todo y las explosiones, tomé nuestras cosas y me salí de la estancia, y me fui casi corriendo como persiguiendo cosas y pensamientos y medidas y peso y longitudes y anchura, para que no se me escapara ningún detalle mío. Camino siempre por las mismas rutas porque creo que si hay suerte, me encuentro de nuevo.

martes, 22 de marzo de 2016

Ya no sabemos nada.

La Luna crece y crece, siento que me atosiga, que me roba tu atención. Ya no sabemos nada, ya no sabemos si cuando revuelves el café en tu taza, la miras fantaseando o me escuchas de a pocos. A veces creo que sí, que aún me escuchas, que son simples imaginaciones mías y mantengo tu mirada fijada a mis caderas, a la nada sobre mis hombros, que sigo siendo suficientemente capaz de atender a tus reclamos de infante.
Siempre pensé que era importante permanecer cerca de alguien que parece tener vida, hace un rato ya que hemos perdido la nuestra, no consigo concentrarme porque sé que ella está aquí, esperando a que un par de noches al mes seas suyo, a que entre almohadas y a hurtadillas te trepes al techo, y la contemples largo y tendido hasta quedarte dormido, ya no me hace gracia salir a buscarte para que vuelvas a la cama. Con esos días al mes te ha de bastar para rezar su nombre y olvidar el mío, sencillamente has dejado de decirlo, sin más explicaciones, ni siquiera un pretexto forzado para dejarme tranquila, para apaciguar la mente.
Ella, tan blanca, tan “voz quedita”, sínica.         Tiene los ojos grandes y la boca flaca, se encorva para que la veas, se regocija cuando crees tenerla en tus brazos, en los mismos brazos que afianzaban mi ansia, que no me dejaban retozar muy lejos.
Así como crees que es tuya, así otros veinte, cien, miles de ingenuos se la adjudican. Y ella, tan propia, tan modosa, se revuelca de gusto, ella, tan inalcanzable, tan alta y frondosa se burla y goza.

Mejor será que vuelvas a la cama, que cierres la maldita ventana, que me abraces, que me digas que estoy loca.