Las palabras caen a
cuentagotas, inconstantes y deprimidas. Hay días en los que sé perfecto qué
decir, cómo decirlo y el momento justo para que letra a letra te rebote en las
orejas, como si me tuvieras, ahí, lengüeteándote la consciencia.
Pero también hay días en los
que todo lo dicho debe irse despacito y brincando a paso alegre directo a la
basura, hoy es uno de esos días. Esos días en que la elocuencia se queda
colgada en el closet porque no está lloviendo. Días como estos, nunca hay para
ti.
Podría arrancarte las
palabras a mordidas, directo de tu garganta. Meter la mano en tu boca,
apretarte la lengua escurridiza y exprimir sobre mis dedos y mi pecho la sopa
de letras (bien acomodadas letras) que tienes dentro.
Podría husmearte en los
bolsillos del pantalón, por si hubiera alguna frase perdida entre las pelusas. Olisquearte
las camisas como advertencia por si trajeras encima las palabruchas de alguien
más, si acaso te las sacudiría.
Podría tenderme en tu cama a
la espera de algún sueño-letrero que se hubiera impregnado en la almohada.
Sí, podría plagiarte el
cuerpo en mis cuadernos, calcarte los cabellos y citarte las sonrisas, podría
hacer un pastiche de tu boca con la mía, referencias de tus enojos y
parafrasear el entusiasmo. Pero hoy no, hoy no se me ocurre nada.